La vida secreta de Julio A. Roca: viudo, secuestrador y traicionero

Roca fue el protagonista principal de lo que los manuales escolares simplificaron como “la conquista del desierto”. El punto fue que su afán de conquista no se detuvo en el plano institucional, militar y político.

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El “zorro” le decían. Famoso por sus dos exitosas presidencias, por su perspicaz astucia política y capacidad de gestión hasta erigirse como el máximo representante de la “Generación del 80”, por su indudable capacidad para marcar gran parte de la agenda nacional por más de cuarenta años y por poner su cara en el ultra devaluado actual billete de $100.

Pero habrá algo más que lo caracteriza; y fue lo que la historiografía tradicional argentina dispuso: Roca fue el protagonista principal de lo que los manuales escolares simplificaron como “la conquista del desierto”. El punto fue que su afán de conquista no se detuvo en el plano institucional, militar y político. Éste casi desconocido Julio Argentino Roca (1843 – 1914) que hoy presentamos, también fue un verdadero “conquistador de corazones”.

El amor oficial en el “potrero de los Funes”
Roca nació en Tucumán. Perdió a su madre (Agustina Paz) de muy niñito. Se crío como pupilo en un convento. Quiso estudiar medicina. Terminó siendo militar. En medio de la guerra del Paraguay perdió a dos hermanos y su padre. Se casó con una millonaria: Clara Dolores Funes Díaz.

Ahora, también hay que decir que el suegro puntano de Roca, Tomás Funes, dueño de medio San Luis y propietario de los famosos potreros de alfalfa cuyanos, tuvo buen ojo para casar a sus hijas. Elisa se casó con Miguel Juárez Celman y Clarita con Julio Argentino Roca. Ningún ingenuo Don Tomás; ambos yernos fueron presidentes argentinos.

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Clara Funes de Roca

Lo cierto será, que ese amor entre Julio y Clarita Funes, consumado el 21 de agosto de 1872, en una ceremonia religiosa realizada en la Catedral Nuestra Señora de la Asunción de Córdoba, tras tener seis hijos, tuvo un triste final ya que Clara fallecerá joven.

Las pasiones juveniles en su Tucumán natal: rapto y nacimiento
Su destino militar hizo que en su tierra tucumana conociera a Ignacia Robles. Dicen las crónicas que Ignacia era hermosísima. Los padres de Ignacia se oponían a la relación con Roca. Él era varios años mayor (ya promediaba los 26 años) y tenía fama “de ojito alegre”. Ignacia era muy jovencita aún, y todavía Roca, más allá de haber demostrado ser un ascendente buen militar, no estaba a la altura de un candidato como el que la familia Robles esperaba.

La relación amorosa empezó en secreto, hasta que harto de las escondidas y el rechazo de los suegros, Roca no tuvo mejor idea que raptar a “la Ignacia”.

Tras una semana de ese hecho regresó a Ignacia al hogar de sus padres. De esa relación apasionada nacerá Carmen. Al tiempo la familia de Ignacia la “empujará” para que se case con Bibiano Paz, a la postre pariente directo de Roca por el lado de su madre.

El viudo más codiciado
Clarita falleció a los pocos años de que Roca terminara su primera presidencia. La pareja había atravesado varias tempestades afectivas, llegando a punto de separarse de no ser por la intermediación del mismo arzobispo de Buenos Aires, quien persuadió a Clara de que su ruptura matrimonial sería un escándalo social y político, mucho más en tiempos donde las relaciones entre el Vaticano y el estado argentino eran pésimas.

Por ese entonces, Julio Argentino era un viudo “cuarentón”, con un enorme prestigio y determinante ascendiente. Las “candidatas” le llovían, dirían las comidillas porteñas.

Un secreto a voces inundará de rumores todo Buenos Aires, desde los conventillos barriales hasta los encumbrados pasillos de la misma casa de gobierno. Es que Roca había empezado una relación clandestina con Guillermina de Oliveira Cézar, la esposa de su íntimo amigo, el prestigioso médico sanitarista, profesor universitario y periodista, Eduardo Wilde, a quien el presidente conocía desde sus épocas de estudiantes cuando convivieron como pupilos en el Colegio de Concepción de Uruguay.

El escándalo social tomó tanta envergadura que Roca, en tiempos de su segunda presidencia, dispuso enviar al matrimonio Wilde - Oliveira Cézar al extranjero, nombrando a Wilde como ministro plenipotenciario primero en Estados Unidos y luego en Bélgica y Holanda. Siguiendo los rumores de la época, todos sostenían que Wilde estaba al tanto de la situación, pero “se hacía el que miraba para otro lado”. Los diarios comentaban abiertamente la infidelidad, y hasta la revista “Caras y Caretas” publicó una caricatura satirizando sobre el hecho en su edición del 30 de marzo de 1901.

f768x1-1592227_1592354_165Roca junto a su nieto en la estancia La Paz de Córdoba. 

Wilde había conocido a Guillermina siendo viudo también, cuando ésta tenía 15 años. El padre de Guillermina le pidió a Wilde que se casará con su hija, y así el matrimonio convenido empezó a transitar su sinuoso derrotero. La iglesia católica no quería autorizar el matrimonio por ser Wilde masón y ateo, pero las formalidades sociales de la época exigían otra cosa. El que intercedió ante las autoridades eclesiásticas fue el mismo Roca, que terminó siendo padrino de la boda, mientras que Carlos Pellegrini y Victorino de la Plaza, los testigos.

Guillermina será el gran amor de Roca. Él ya tenía 52 años. Era por segunda vez presidente. El siglo XX asomaba, y con él una época de esplendor en Argentina.

El latin lover: entre escultoras y extranjeras
Mucho se escribió y comentó en su tiempo sobre la relación secreta que mantuvo Roca con su comprovinciana y genial escultora Lola Mora. La leyenda popular lo confirma, y muchos historiadores también. Lo que nadie pudo discutir fue su relación con Elena, una rumana que conoció en sus viajes al extranjero, trajo al país para convivir con ella hasta su muerte y generó la ira de sus hijos. En fin; como el dicho criollo sabiamente sentencia: “el zorro pierde el pelo, pero no las mañas”.  

 

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